Todos los seres humanos tenemos un nombre y un apellido que nos distingue a unos de otros. Un nombre que nuestros padres eligen, incluso antes de que lleguemos a este mundo. Parece que llamarnos de una u otra manera es de lo más normal, sin embargo ¿alguna vez te has puesto a pensar, qué valor tiene tu nombre? Porque aunque no lo creas tu nombre vale. ¿Cómo así?
Desde pequeños vamos construyendo con acciones la valía de nuestro nombre. En la medida en la que vamos siendo conscientes, alineamos nuestra forma de pensar con la manera en que actuamos, es decir somos personas coherentes. Además en casa aprendemos valores para aplicar en el día a día, por ejemplo: la honestidad, la lealtad, la sinceridad, la integridad, en fin. Cada una de esas palabras va sumando, es decir le va dando un valor a nuestro nombre.
De ahí la importancia de cuidarlo, de enseñarle a los hijos desde pequeños, que su nombre es como la ropa interior: ¡Jamás se presta!, es para uso exclusivo de ellos.
Parece obvio, pero cuántos adultos no han “prestado” su nombre a otros para obtener un beneficio. ¿Cuánta gente no pide un recibo para cobrar más o realizar un trámite?
Aparentemente no pasa nada. Lo grave son las consecuencias que puede tener si alguien hace algo mal uso de tu nombre, porque ante el resto del mundo el único responsable serás tú. Tu nombre NO tiene precio, su valor es incalculable, vale todo el oro y el dinero del mundo, tu paz y tu tranquilidad, tu libertad.
Por ello, antes de buscar el camino fácil para ganar más “haciendo trampa”, corriendo riesgos innecesarios, recuerda lo que vale tu identidad, los años que te ha llevado ser quien eres, construir ese templo llamado: “Juan Pérez”.
Es preferible ir por la derecha y despacio, que por la izquierda y rápido.
Estoy de acuerdo, el nombre de cada uno nos da parte de nuestra unicidad.