Conforme pasa el tiempo me doy cuenta que nadie nos enseña a envejecer. Pareciera que creemos que seremos eternos y no nos preparamos para cuando llegan los años. Así como no tomamos precauciones en ello, nunca hacemos consciencia de que los años también pasan y pesan en nuestros padres. Es como si diéramos por hecho que nuestro Superman y nuestra Mujer Maravilla siempre serán así, pero no.
Con el tiempo y a veces también con la ayuda del descuido y una que otra enfermedad su salud se va deteriorando, se mueven más lento, quizá pierden las ganas por hacer tal o cual cosa, en fin.
Mientras ellos transitan por eso, a nosotros los hijos parece que la paciencia se nos acabara, queremos que hagan las cosas rápido, como a nosotros nos gusta, les gritamos cuando se equivocan y ni qué decir cuando de salud se trata y se descuidan porque la cosa se pone peor. ¡Qué fuerte que nos comportemos así, que olvidemos lo que ellos nos han cuidado, que no se nos ocurra pensar en cómo se sienten! Qué duro que perdamos la oportunidad de disfrutar el tiempo a su lado por estar discutiendo o por estarlos “regañando” por todo. ¿Qué más da si cambian una cosa de su lugar o si en vez de comerse una ensalada optan por unos tacos?
Pensamos que nuestros viejos serán eternos y no. Quizá yo miro las cosas con una perspectiva muy diferente porque mamá murió cuando yo tenía 19. Ojalá por aquellos años hubiera tenido la experiencia y la consciencia que solo los años te dan, porque hubiera peleado y gritado menos y disfrutado más. Sería maravilloso poder ver hoy a papá a los ojos, abrazarlo y recargarme en su panza para ver un partido de las Chivas.
Por suerte, tengo muy cerca a mi madrina y segunda madre, que me brinda la oportunidad de practicar esto de la paciencia; con quien procuro disfrutar al máximo el tiempo que estamos juntas; por quien me preocupo y me ocupo; a quien trato de cuidar y de hacerle la vida más fácil apoyándola cuando lo necesita.
Si tú hoy tienes el privilegio de tener a tus padres con vida, no pierdas el tiempo en tonterías, mejor ocúpalo en agradecer el que aún están contigo y crea y goza momentos inolvidables a su lado. No los juzgues por lo que hicieron o por lo que dejaron de hacer, por lo que dijeron o callaron. Con amor y perdón siempre lograremos mejores relaciones.
Recuerda: “En vida hermano, en vida. Mañana puede ser demasiado tarde”.