En esta ocasión quiero compartirte una historia que sucedió hace algunos días, pero que me dejó impresionada.
Resulta que mientras hablaba con una de mis personas favoritas, me contó que había ido al banco porque necesitaba hacer una transferencia y que, para su sorpresa, le habían dicho que ya no se podrían hacer “manualmente”, es decir llenando un formato con los datos necesarios, sino que sí o sí tenía que bajar una aplicación en el celular para realizarla. Incrédula le dije que eso no era posible, que seguro se podría al menos vía banca electrónica, pero ella me aseguró que sólo le dieron la opción de la App. Por consiguiente me ofrecí a acompañarla al día siguiente al banco para ayudarla.
Para no hacerte el cuento más largo, el ejecutivo que nos atendió, que dicho sea de paso era millennial, sostuvo que la operación tenía que realizarse por la aplicación. Cuando le pregunté: ¿Y la gente que no tiene acceso a celular o computadora cómo le hace?”; me fui de espaldas al escuchar su respuesta: “Pues no hace estos movimientos”. Ahora resulta que si ¿eres una persona con menos recursos o que no tiene acceso a la tecnología no puedes hacer transferencias? Como el teléfono que utilizaríamos sería el mío, tuvimos que pasar con otra ejecutiva a fin de que revisara que el número coincidiera con el registrado… ¡Y ocurrió el milagro!
La chica que nos atendió, escuchó con detenimiento las necesidades de su cliente, se tomó su tiempo para averiguar y responder que, por supuesto era posible hacer el movimiento «manualmente» y que el App no se requería. ¡Asunto resuelto!
Lo que me sigue pareciendo increíble y a donde quiero llegar al escribirte estas líneas, es a la desconexión que existe entre la gente, increíble la falta de empatía de las nuevas generaciones con los adultos mayores.
Impactada de descubrir que sean incapaces de arreglar/solucionar un problema y/o interrogante si no es por medio de una aplicación u otro medio electrónico. ¿Cómo se les ocurre contestar que si no tienes computadora o celular inteligente no haces esos movimientos? ¿Dónde quedó esa parte de conectarte con tu cliente para ofrecerle un buen servicio? Y cuando digo conectarte, me refiero a abrir bien los ojos, observar a nuestro interlocutor, escuchar sus necesidades y orientarlo de la mejor manera posible con respuestas de acuerdo a su edad, condición, etc. ¡Ojo! No tengo nada en contra de la tecnología ni mucho menos de los millennials, pero por amor de Dios que alguien les explique detenidamente que no todo se arregla con “estirar el dedo” y hacer clic, que hay cosas/procedimientos que requieren varios pasos y un poco o mucho, según sea el caso, de intervención humana.
Para terminar te pregunto… ¿Qué tanta atención pones tú cuando un adulto mayor u otro ser humano se acerca a ti en busca de apoyo? ¿Lo escuchas o sólo lo oyes? (Escuchar implica un esfuerzo, poner atención, oír es solo por encima). ¿Eres empático o fácilmente buscas la primer respuesta para salir del paso?
Hoy te escribo a ti, sí a ti, que vives en mí, en él, en ella, aún cuando muchos no te recuerdan. Estas líneas están dedicadas a tu niño interior; a ese personaje que los adultos creen haber olvidado, al chamaco que sepultaron en su interior para crecer y madurar (según ellos), al que abandonaron por los problemas y desilusiones.
Te preguntarás… ¿Y qué viene al caso todo esto? Pues mucho. Verás, fue gracias a este grupo musical que conecté con mi niña interior. Sin darme cuenta, durante este año, volver a escuchar sus canciones, verlos en concierto, adquirir su DVD hicieron clic en mi interior. Digo sin darme cuenta porque fue hasta el sábado que me cayó el veinte que los de azul y amarillo me ayudaron más de lo que nunca imaginé a transitar por ese túnel obscuro que parecía interminable, a mantenerme con una ilusión, a sanar no solo mi corazón de mujer sino el corazón de mi niña interior que estaba aterrado de seguir, que se moría de miedo de vivir. Fue como si esa pequeña que habita en mí, hubiera gritado fuerte: “¡Timbiriche!” y ellos acudieron a salvarla, tal como siempre lo habían prometido. También nos recordaron, a la pequeña Marileo y a mí, que: “La vida es mejor cantando” y sí, escuchar su música, verlos, leerlos, nos ayudaron a reencontrarnos; fueron un motor para seguir andando, unidas, cuidando la una de la otra. Te reitero que no me había hecho consciente de esto hasta hace unos días y descubrirlo fue increíble, ya que finalmente entendí de dónde venía toda esa magia y energía que sentía y que me impulsaba a seguir.
