Vivimos en la época de la inmediatez. La tecnología y sus avances han acelerado una serie de procesos que, por una lado han beneficiado enormemente al ser humano y por el otro le han dado en la torre.
Cada día las personas nos volvemos más impacientes e intolerantes. Pareciera que ya nos acostumbramos a que todo esté en un clic, al instante y cuando nos toca esperar o estar en una situación que lleva su tiempo, se nos ponen los pelos de punta.
De ahí la importancia de aprender a ejercitar la paciencia para evitar experimentar uno de los sentimientos más destructivos y que lamentablemente parece estar de moda: la frustración. Pero… ¿qué es lo que hace o lleva a un ser humano a frustrarse?
Comencemos por definir la palabra como: la imposibilidad de satisfacer una necesidad o deseo, que genera un sentimiento de tristeza, decepción o desilusión. Algo sucede que nos impide obtener lo que queremos y nos enojamos porque, de alguna manera, estamos seguros de que hemos realizado todo lo necesario para llegar al objetivo. Sin embargo, a veces se no olvida que hay cosas que no dependen 100% de nosotros, es decir que existen otros factores que también intervienen para que lleguemos al resultado. Dichos factores pueden ser humanos, circunstancias o incluso, y por muy loco que te suene, la ley universal.
Si tú estás seguro de que has hecho todo lo que estaba a tu alcance para conseguir una meta y aún no la logras, quizá se deba a que por alguna razón eso que tanto quieres no es para ti, al menos no por ahora. Así como lo lees y… ¡Ojo! Eso no significa que tengas una mente conformista y te escudes en “la víctima” o te tires al drama con el “a mí no me tocaba”. Simplemente se trata de que aceptes la situación tal cual está hoy. Tal vez en este instante no lo entiendas, pero el tiempo es sabio.
Si las cosas no van como quisieras, si has dado lo mejor de ti, a lo mejor es momento de parar. Respira, acepta lo que es y agradece por todo aquello que sí tienes. Suelta, fluye y recuerda que: “La vida no va a nuestro ritmo”. No permitas que la frustración te impida ver todas las bendiciones de tu vida, que te aseguro, sin temor a equivocarme, que son muchísimas.
¡Hasta la próxima!
He de comenzar esta nueva entrada, confesando que esta mañana no tenía claro qué escribiría, cosa que no me sucede normalmente. Sin embargo, la vida y mi musa que son muy sabias no me fallaron. Cerca de las 10am recibí una llamada, que me aclaró todo. Al hablar con una amiga, ella sin imaginarlo me dio la respuesta: “No necesitas ponerle una etiqueta”.
Los que me conocen, saben que mi fecha favorita del año es mi cumpleaños. Es un día que espero con mucha ilusión y que preparo siempre con un toque muy personal. Mis amigos y familia se encargan de impregnarle el factor sorpresa y la magia a esa celebración.
Disfruté enormemente la visita, además de lo hermoso del sitio y de la riqueza de la historia. Mi cabeza loca me llevó a recordarme, que si bien mi vida poco tiene que ver con la de una princesa, tiene lo suyo y así es maravillosa. Cierto es que sueño con encontrar a mi Príncipe de Colores y que a veces me enojo, me desespero, me desanimo, pero aún con esos faltantes que hay por ahí amo la oportunidad de estar viva, de gozar cada instante del viaje, de ser feliz con las pequeñas cosas del día a día, que al final son las que hacen de Mi Cuento de Princesa algo único e irrepetible.