«Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad cuando menos lo pienses”. Esta trivial afirmación lleva implícita una gran dosis de verdad y aquí una historia que lo comprueba.
Hace un poco más de un año, salí con un muy querido amigo y con su chica. Teníamos mucho tiempo sin vernos. Así que saboreando una deliciosa comida en el mercado de San Pedro de los Pinos comenzó la plática que duró por horas.
La primera en hablar fui yo, quien compartió una historia que sonaba increíble, pero que era 100% cierta. Después vendría el turno de ellos y fue entonces que mientras tomábamos café, mi amigo confesó que solo le faltaba «un pequeño pendiente» y que después de ello me convertiría en la “tía Leo”. Escucharlo me hizo mucha ilusión, sin embargo no pensé más allá de ello. Ese tarde la pasamos genial.
Después cada uno volvió a su rutina, nos escribíamos de vez en cuando hasta que meses después llegó la noticia: ¡Bebé en camino!
Para no hacerles la historia más larga, nos volvimos a ver hace cerca de un mes, ella ya estaba super panzona, se veía hermosa y mi adorado amigo estaba que no se la creía de la felicidad. Entonces comentamos: “¿Se acuerdan dónde estábamos hace un año y lo que dijeron?”.
Pues bien, hace unos días fui a conocer a ese pequeño angelito que tan solo tiene unos días de nacido. Fue increíble cargar a Salo por uno minutos, ver a mi amigo y su chica convertidos en padres, sentir la felicidad en el aire, sin duda una bendición poder compartir con ellos estos momentos.
Independientemente de lo hermoso de la visita, fue maravilloso caer en cuenta de todo lo que ha construido mi adorado Chamaco desde que lo conocí hasta la fecha.
Así que un poco a manera de tributo y consciente de que El Universo siempre escucha: Gracias por recordarme que los sueños se hacen realidad; que todo comienza con una declaración; que cuando las palabras están impregnadas de amor crean magia; que las distancias nos existen cuando se trata de la gente que amamos.
Hasta la próxima y … ¡Ojo con lo deseas, porque se te puede hacer realidad!
Quizá coincidas conmigo con que los hospitales por muy limpios, bien decorados y modernos que estén, no dejan de ser hospitales. Un lugar donde se atienden enfermos, accidentes o bien al que acuden las mujeres para dar a luz.
En un mundo que se mueve vertiginosamente, en el que pareciera que constantemente estamos en una carrera contra el tiempo, resulta complicado parar.
Dos mundos, dos historias, dos personas que coincidieron y compartieron una parte de su vida juntos. 730 días después… Tú allá y yo acá.
Porque aunque hace 731 días que nos vimos por última vez y que físicamente no estamos juntos, en esencia lo estamos más que nunca.
En el transcurso del último mes, van ya dos veces que con diferentes amigas ha salido esta reflexión: “¿Se dan cuenta que ya hemos vivido más de la mitas de nuestras vidas?” ¡Glup!
¿Terminaste una relación de años? ¿Te sientes deprimido, sin ganas, los días se te hacen eternos, te sobra tiempo, estás triste?
Esta mañana, mientras trabajaba y pensaba de qué escribiría hoy, caí en cuenta que de que me sentía rara, sin ganas, haciendo las cosas en automático, sin disfrutar el momento presente.
Por alguna extraña razón, los seres humanos olvidamos que somos finitos, es decir que tendremos un límite, nacemos y morimos. Sin embargo, vivimos pensando que seremos eternos, que el trabajo será para toda la vida, que nuestras relaciones durarán para siempre… Y la vida no es así, todo y todos tenemos una fecha de caducidad.
Las últimas semanas he vivido sumergida en una aventura en la que han surgido un sin fin de preguntas, sensaciones y emociones en busca de respuesta. Entre ellas está esa necesidad que tenemos los seres humanos por pertenecer a determinado grupo y ser reconocidos.